“Mi enamorado me maltrata...” Mel ya no daba más, la mezcla de cerveza, vino y ron la habían desvanecido y ahí se encontraba: boca abajo, en la mesa del Havana, vomitando. La escena confirmaba que el objetivo de Toño y Manuel se había esfumado, se evaporó como la espuma de las seis cervezas que bebieron desde temprano.
Fue un típico sábado, un fin de semana de esos en que se busca hacer algo para matar la noche. Y ahí estaban los dos: deseosos de sentir placer y diversión. Siete de la noche, las impecables ruedas del ‘ranamóvil’ recorrían las polvorientas, oscuras y peligrosas calles del asentamiento humano El Satélite, en busca de Mel y Stef. Horas antes, Toño y Manuel se habían extraviado dando vueltas en aquella boca del lobo, pero la arrechura pudo más y el ‘ranamóvil’ siguió su rumbo. Las agraciadas muchachas que parecían dos geishas venidas del Japón se calentarían con licor. Además, ellas sabían en lo que se estaban metiendo; todo hacía indicar que buscaban libertad para ahogar sus penas.
Fue un típico sábado, un fin de semana de esos en que se busca hacer algo para matar la noche. Y ahí estaban los dos: deseosos de sentir placer y diversión. Siete de la noche, las impecables ruedas del ‘ranamóvil’ recorrían las polvorientas, oscuras y peligrosas calles del asentamiento humano El Satélite, en busca de Mel y Stef. Horas antes, Toño y Manuel se habían extraviado dando vueltas en aquella boca del lobo, pero la arrechura pudo más y el ‘ranamóvil’ siguió su rumbo. Las agraciadas muchachas que parecían dos geishas venidas del Japón se calentarían con licor. Además, ellas sabían en lo que se estaban metiendo; todo hacía indicar que buscaban libertad para ahogar sus penas.
“Puta mare, que hacemos ‘on, ¿Y ahora tu amiga?”, dijo Manuel, “vamos a bailar”, contestó Toño… Hola chicas, cómo están. Bien. Hola, hola. Ok, vámonos al sur pues, Manuel… Rum, rum, rum, rum… ¡Salud! ¡Salud! Chin chin...
Mira que bonita tiene
la chinita los ojitos
cuando me hace una guiñada
yo me tengo que poner rojito.
Tú me tienes hechizado
con ese cuerpito lindo
yo daría toda mi vida nena
porque te quedes conmigo…
Entre risas, conversaciones triviales y buena música, Toño, Manuel, Mel y Stef ya se habían tomado seis cervezas, un vino y se aprestaban a terminar la mitad de una botella de ron. “Acá lo hacemos ‘on, con está última ronda fácil que caen estas nenas”. ¿Tú crees?... ¡Claro, tío!, retrucó Manuel.
“Ay, hip, hip”. ¡Cuidado! ¡Qué pasa! Es que mi hermana no toma, no sale a fiestas. ¡Qué pasa! Ya está mareada. La cabeza de Mel empezaba a darle vueltas y su cuerpo se tambaleaba afuera de una taberna sureña. Los planes de Toño y Manuel empezaban a venirse por la borda...
Si la llevamos a bailar un rato y dejamos este ron a medio terminar, a lo mejor le pasa, y puede ser que bailando le propongamos a Mel y Stef ir a un lugar más privado para terminar la noche, porque aún es temprado... ¡Carajo!, no puede ser que todo se venga abajo. Mel está rica. Bueno, las dos están ricas; me puedo agarrar a Stef pero no va abandonar a su hermana en ese estado; tengo que decidir... ¡Ya!, Toño, chicas, vayamos al Havana. ¡Vamos!, ¡sí!, ¡vamos!..
El antro de perdición se encontraba en el orgasmo de la diversión: muchachas subiéndose a la torre, borrachas y extasiadas; hombres apretando a sus mujeres por la cintura y las caderas, en una repleta pista de baile donde el sudor con olor a alcohol y el humo de los cigarrillos era lo único que se respiraba. Todos se meneaban al compás de reggaetón...
Manuel bailaba con Stef, porque no quería comprometerse mucho con la otra hermana. Total, la idea era pasarla bien sea con quien sea y donde sea. Toño se metió un par de dancings con Mel, hasta que una revolución en su estómago llevó a la chica directo al baño. Al cabo de casi una hora, salió pálida y con ganas de beber solo agua y sentarse un rato.
Manuel seguía en el vacilón: afanando, metiendo letra, todo un Charly. Mel, melosa ella, se abalanzaba a Toño, le tocaba los cabellos, lo abrazaba -tal vez pudo ser el momento para llevársela al ‘telo’, esa fue su oportunidad, pensó-. Se fue al baño a miccionar y se fajó bien el pantalón. Al regreso, Toño -piña- se encontró con un acontecimiento que quedará como anécdota: Allí estaba Mel, contando en voz alta su infelicidad, para luego terminar rendida sobre la mesa, cual estropajo de cantina.