lunes, 30 de marzo de 2009

El mercado de mi ciudad

Roberto Carranza

La avenida Gálvez recorre todo el centro de la ciudad de Chimbote. Hacia el puente del mismo nombre, en estrecha subida, se ubica el Mercado El Progreso. Los viajeros que van hacia el norte del país contemplan absortos un panorama maloliente de vendedores, triciclos, cargadores furibundos, megáfonos estridentes, amas de casa, cacos y una suerte de jungla que podría haber sido extraída de alguna película que ni el mismo Spielberg y sus amigos podrían haber imaginado. El lugar es sucio. Montículos de basura por doquier. Diría que es un mercado en medio del basural. Algunos mendigos hurgan en medio de la basura, buscando algo que llevarse a la boca. Un policía toca su silbato desesperadamente. Una combi estacionada. Un rapaz mozuelo de unos diez años llama a voz en cuello a pasajeros que a esa hora no aparecen por ningún lado. El policía se acerca hacia el vehículo, conversa algo con el chofer. El policía se retira y hace avanzar a otros autos, vuelve a los silbidos descontrolados. Algunos metros más allá, perros callejeros pelean entre sí por un pedazo de intestinos; el más fiero de ellos sale con los restos entre los dientes, los demás lo miran con ansias. Un hombre con megáfono en mano, camisa blanca y corbata, grita con una Biblia en la mano: “Y el señor vendrá, hermanos, un día…”. La gente avanza indiferente. El hombre camina buscando a quien dirigir su mensaje, entre desaforado e intimidante: “Arrepiéntete, tú, hermano, hermana, que me escuchas…”

Joven, esto antes no era así, éramos poquitos nomás, había más orden, limpieza. La gente se preocupaba en limpiar. Tanto serrano que ha llegado, esos son los cochinos… Mire, ve, toditos esos que están alrededor. Esos son los que tiran sus desperdicios donde sea; mire como tira la basura esa chola asquerosa… Yo trabajaba antes en Sider, pero me botaron pe’ cumpa, qué iba a hacer, caballero nomás; chapamos nuestras cosas y de frente nos metimos aquí. Ahora ya estamos legales, aunque dicen que lo quieren desaparecer (Al Mercado El Progreso). Muertos nos sacarán de aquí… Taitita, aquí nomás podemos, pues, donde más, limpito dejamos todo nuestras cositas, con ramita aunque seya le limpiamos. De Cabana hemos venido, pues, a ganarnos la vida honradamente, papito, nos dice otro de nuestros interlocutores.

El Mercado El Progreso creció desmesuradamente sin que nadie se diera cuenta de ello. Simplemente un día apareció así, al menos esa es mi percepción. Ninguna autoridad parece asumir la responsabilidad del caos y el desorden en que se desenvuelve. Sin embargo, este lugar que es el sustento para muchos hogares de Chimbote, a pesar que se convirtió en un foco infeccioso de contaminación por la convivencia entre productos alimenticios y basura. Parece una dupla que no se puede separar. Es El Progreso: mercado y basura.

miércoles, 25 de marzo de 2009

El drama de Julia

Soledad Zevallos

Conocer a Julia ha sido para mí, una de las experiencias más tristes e impactantes que me han tocado vivir. Julia tiene ocho años y la piel cubierta de granos rojizos. La hallé de forma circunstancial, cuando el año pasado fui a la Florida a visitar a mi amiga Rosa. "Me pica mucho" dice Julia, mientras se rasca las piernas. “Hija, no te rasques, vas a infectar tus heridas”, le dice su madre, quien entre sollozos nos cuenta que desde que se mudó a la Florida su hija enfermó y en la posta el médico le ha dicho que debe llevarla a otra zona menos afectada por la contaminación. “¿Qué puedo hacer, señorita, si no tengo plata ni para alquilar un cuartito en otro lugar?, exclama María, a quien sus zapatos desgastados delatan la pobreza en que vive.

Caminar por la Florida, el Trapecio, Miramar y el 27 de octubre, resulta francamente insoportable. Los humos de las fábricas nos asfixian, mientras el publicitado Programa de Adecuación al Medio Ambiente (PAMA) que el gobierno dispuso hace muchos años con el fin de atenuar la contaminación, hasta la fecha no ha sido implementado por la mayoría de empresas industriales.

Julia es un ejemplo dramático y doloroso de los efectos de la contaminación. No es posible que ésta siga siendo tema de innumerables conferencias, foros y debates, mientras a diario todos los chimbotanos -en mayor o menor medida- padecemos sus efectos.

“La contaminación provoca asma, bronquitis, infecciones oculares y de la piel. De nada sirve medicar si los pacientes siguen viviendo en zonas contaminadas”, manifiesta José Carrillo Benites, director del Centro de Salud de la Florida. ¿Pero, cómo podrían proteger su salud los centenares de familias que por motivos económicos no pueden mudarse al igual que Julia?

Chimbote es una de las ciudades más contaminadas. ¿Pero siempre fue así? Definitivamente no. En sus inicios fue una apacible caleta de pescadores. El boom pesquero que empezó en la década del 50 trajo consigo no sólo bonanza económica sino también contaminación. Ésta nos mata lentamente, como afirma un científico cuyas declaraciones encontré en internet: “la contaminación va a ser la asesina más grande de los seres humanos y animales en las siguientes décadas…”

La contaminación debería dejar de ser el tema favorito de los políticos. Ya no más PAMAS que no se cumplen, no más discursos ni promesas. Urge que todos, desde el papel que desempeñamos, exijamos el cumplimiento de las disposiciones legales y adoptemos conductas a favor del medio ambiente porque en nuestras manos está el futuro de las siguientes generaciones. Mientras, reflexionamos, nos preguntamos: ¿Qué habrá sido de Julia?...

"Esto era un paraíso, hermanito"

Roberto Carranza

Yo gocé, hermano, de estas playas. Aquí en el verano veníamos con la muchachada del barrio. No habían esas piedras, ni ratas, nada, amigo. La arena era dorada, el agua azulita, era como una piscina y con hartos peces. Uno se metía con su red y al toque agarraba pescado: su cojinova, corvina, ¿el mono? Oye, eso lo llevaba para mi perro. Esto era el paraíso. A mis nietos les cuento que las gringas que se quedaban en el Hotel Chimú, calatas salían a bañarse o se tiraban en la arena para broncearse. Nosotros de lejos nomás podíamos mirar, es que esa parte estaba cerrada. Pero todo se fue a la mierda, hermano. Todo se jodió cuando vino más gente y Chimbote creció por todos lados. Aparecieron fábricas como cancha… ¡Ah! También Siderperú. Construyeron el muelle y toda el agua se vino para acá. Todos causita, la jodieron. Todo aquí parece bonito porque lo han arreglado bien bacán, pero espérate un tiempito y verás. Todo esto se lo va a comer el agua, hermano. El anciano se aleja del malecón con un andar pausado, lo observo cruzar la plaza Grau y luego perderse entre un grupo de huelguistas que a esa hora se dirigen hacia el centro de la ciudad.

El “boom pesquero” no trajo progreso para este puerto; por el contrario, nos dejó una gran contaminación que al cabo de muchos años ninguna autoridad quiso ni quiere enfrentar. Hoy Chimbote es una de las ciudades más contaminadas del país y nadie parece tomar en cuenta ese dato.

La contaminación la podemos ver sin ir tan lejos: el Malecón Grau. Ubicado a espaldas de la avenida Bolognesi, es un lugar obligado para turistas, enamorados, curiosos y parroquianos que -ante una urgencia de la vejiga o del estómago- acuden prestos al lugar. A lo lejos la vista es hermosa, la isla blanca destaca por sobre todo. Las lanchas, los botes, se mecen sobre el vaivén de las olas. Pero al acercarse más, el olor es pestilente, aunque se disimula con la brisa marina. Abajo, sobre las rocas enmohecidas, es fácil distinguir a sus huéspedes de largos rabos y siluetas regordetes. Sí, son ratas que -sin saco y corbata- gozan allí de una vida privilegiada con los desperdicios que se arrojan y también de lo que el colector provee.

Algunos estudiosos del tema han destacado la necesidad de descontaminar la bahía. Metros más abajo de la superficie marina, se esconde un gran basural y una fuente de contaminación que si no se combate oportunamente, significaría la propagación de enfermedades y la causa de miles de muertes. ¿Una exageración? No. Más allá, donde se ubica el colector, pescadores informales “hacen su agosto” capturando algunas especies que van desde la lorna hasta el pejerrey, entre las más conocidas. Especies que luego ofertarán en algún mercado de la ciudad, donde uno de nosotros lo comprará para el cebichito o tiradito del domingo o de cualquier otro día. Estamos hablando de algunos pescadores informales; imagínese, amigo lector, si algún día algún pescador de mala faena, decide tirar la red en esta zona.

Pero la contaminación en Chimbote no sólo está en el malecón. Me desplazo hacia la zona de Miramar y puedo constatar que allí también está presente. Algunas fábricas queman el pescado despidiendo por sus chimeneas humo blanco y negro. Alrededor del barrio se ubican muchos colegios, los estudiantes son los más afectados con esta situación. Metros más allá, un grupo de madres espera en la puerta del Colegio San Pedro. Les hago la consulta sobre las fábricas y me responden casi al unísono: “Deben llevarse, señor, esas fábricas a otro lado. Este humo oscuro afecta a nuestros hijos. Usted viera cuando hay pescado. No se puede respirar…”. Una mujer gorda me enrostra que por qué nosotros (los cronistas) no hacemos alguna campaña; le digo que de eso se trata esta crónica que planeo escribir, que tiene como meta difundir estos temas. La mujer parece más calmada. Me alejo de allí agradeciéndole, las mujeres me miran indiferentes.

Mientras voy camino a casa -en el colectivo- no puedo evitar sobrecogerme por el polvo que se levanta al paso de los vehículos a lo largo de la Avenida Industrial. Parece que un bombardeo hubiese ocurrido sólo unos minutos antes. El viento levanta una nube de polvo que golpea las fachadas de las casas ubicadas frente a Siderperú. En algunas esquinas de este barrio, mujeres ofertan el combinado o el cebiche con un trapo en la mano, pues sirve para espantar las moscas. Algunos hombres y mujeres comen despreocupados en medio del polvo. Alguna vez alguien dijo: “Chimbote es un gran pueblo joven”, creo que tenía razón.

El colectivo avanza hacia el seguro social, el muladar frente al hospital me indica que estoy cerca de mi casa. Yo jamás vendría a este hospital, pienso. Señor, bajo en la esquina, le digo al chofer. Una vez en la acera, observo el auto alejarse vomitando un humo negro y espeso...

martes, 24 de marzo de 2009

El cole y la conta

Roberto Angulo

Saliendo del colegio o llegando a él, siempre había un día -por lo menos un día- en donde la espesa niebla azulina -a la que tenía uno que acostumbrarse- y ese olor, eran penetrantes, sí que lo eran.

La combi (en esa época aún no existían los estridentes colectivos que llegaron a Tacna desde el Japón y con timón a la derecha, para empeorar el parque automotor) tenía una profusión de olores: axila, petróleo y perfume barato; ese era el inicio de un promisorio día de colegio, acompañado –claro- de un tufillo contaminante.

Era difícil acostumbrarse o dejar de concentrarse en ese hedor nauseabundo que expelían (y aún expelen) las fábricas de harina de pescado instaladas frente del colegio, en La Florida.

"Ese muchacho seguro se va a desmayar", pensaba, y al poco rato otro niño se desmayaba en la formación, vomitando todo el desayuno. ¿Sería por el mal olor? Tal vez. El chico era llevado al baño para limpiar su uniforme.

Dejaba atrás la llegada al colegio y -ya todo en calma- se oían a lo lejos (quizás con menor profusión que ahora) una serie de camiones con motores abollados y cargados de anchoveta, desparramando –seguro- la famosa sanguaza por toda la avenida Meiggs.

Hora de Matemáticas y -putamadre- tenemos que soplarnos una clase con Cárdenas con este uniforme oliendo a harina de pescado, me entretenía pensando cabizbajo. El colegio me llega altamente porque me van a jalar en dos cursos y van a llamar a mis padres. Qué chucha pues, Oscar, tienes que estudiar no más para salvar el bimestre o si no manda todo a la mierda y estudia en el CEO. Sí pues, tienes razón, caballero no más a estudiar o si no me pasas la plagia pa' Biología. No sé, es hora de estudiar porque si no vamos a estar cagados... Así versaba nuestro diario discurrir en el colegio, era el recreo y aparecían blancas humaredas causadas por la incineración de basura en las calles de Miraflores Alto (donde la gente se queja de la contaminación y sin embargo botan y queman su basura en las esquinas; así era también en aquellos tiempos)…

El lugar era poco aparente para un centro educativo, todo estaba rodeado de arena. El colegio se erigía entre muladares de basura y arena..."Esta semana nos toca limpieza del salón y eso me revienta", me decía; pero con cierta resignación aceptaba llevar la basura acumulada en las gavetas de las carpetas: chicles, papeles, cigarros y periódicos con mujeres mostrando sus bondades ('ta que algo bueno, por fin). Respirar el polvo o tierra muerta de los salones era inadmisible. Recuerdo que me escapaba para no hacer la consabida limpieza así me pusieran al día siguiente cinco puntos menos en conducta; total oler aserrín y kerosene no era de mi agrado.
Este no era el mundo en el que yo quería vivir. Quería mi propio camino, sin malos olores, el escozor del polvo, ni el ruido ensordecedor de los carros en las avenidas Pardo o Meiggs. Hoy recuerdo eso, el comenzar una nueva historia: "Arrivederci colegio de mierda" y me regresaba a casa en un Olaya conversando con Oscar (quien no se cansa en planear plagios), un Olaya destartalado con un hueco en el piso y donde se notaba el paso de los años (se veía la pista). "Baja, baja… Dale, dale"...". Pie derecho... Lleva, lleva…". Viendo las pardelas cruzar los totorales dizque "ecológicos" de los pantanos de Villa María, lo único que notaba eran trozos de heces provenientes de las terminales, de las matrices del desagüe que iban a dar al río Lacramarca. Esquina bajan, ya nos vemos Oscar. Recuerdo no haber visto a mi amigo si no hasta unos años después, cuando ingresó a estudiar Ingeniería Ambiental en la Agraria; cosas del destino…

domingo, 22 de marzo de 2009

Obertura

Los textos a publicarse paulatinamente en este blog surgieron producto de nuestro afán escritural como integrantes del II Taller de Periodismo Literario (Crónica), que se desarrolla desde marzo de 2009 en el Centro Cultural Centenario de Chimbote. Los participantes del taller deseamos compartir con los lectores nuestros primeros escarceos dentro del género. Los temas que abordamos aquí son variados; sin embargo, la mayoría de ellos están contextualizados o relacionados con Chimbote, la ciudad que nos vio nacer y nos acoge. Poco a poco, nuestras diversas experiencias y las técnicas narrativas aprendidas irán apareciendo en este espacio en forma de crónicas, como vivo testimonio de la vigencia del periodismo literario y de la nueva mirada que tenemos como autores. Este espacio también es vuestro. Todos son bienvenidos...