martes, 24 de marzo de 2009

El cole y la conta

Roberto Angulo

Saliendo del colegio o llegando a él, siempre había un día -por lo menos un día- en donde la espesa niebla azulina -a la que tenía uno que acostumbrarse- y ese olor, eran penetrantes, sí que lo eran.

La combi (en esa época aún no existían los estridentes colectivos que llegaron a Tacna desde el Japón y con timón a la derecha, para empeorar el parque automotor) tenía una profusión de olores: axila, petróleo y perfume barato; ese era el inicio de un promisorio día de colegio, acompañado –claro- de un tufillo contaminante.

Era difícil acostumbrarse o dejar de concentrarse en ese hedor nauseabundo que expelían (y aún expelen) las fábricas de harina de pescado instaladas frente del colegio, en La Florida.

"Ese muchacho seguro se va a desmayar", pensaba, y al poco rato otro niño se desmayaba en la formación, vomitando todo el desayuno. ¿Sería por el mal olor? Tal vez. El chico era llevado al baño para limpiar su uniforme.

Dejaba atrás la llegada al colegio y -ya todo en calma- se oían a lo lejos (quizás con menor profusión que ahora) una serie de camiones con motores abollados y cargados de anchoveta, desparramando –seguro- la famosa sanguaza por toda la avenida Meiggs.

Hora de Matemáticas y -putamadre- tenemos que soplarnos una clase con Cárdenas con este uniforme oliendo a harina de pescado, me entretenía pensando cabizbajo. El colegio me llega altamente porque me van a jalar en dos cursos y van a llamar a mis padres. Qué chucha pues, Oscar, tienes que estudiar no más para salvar el bimestre o si no manda todo a la mierda y estudia en el CEO. Sí pues, tienes razón, caballero no más a estudiar o si no me pasas la plagia pa' Biología. No sé, es hora de estudiar porque si no vamos a estar cagados... Así versaba nuestro diario discurrir en el colegio, era el recreo y aparecían blancas humaredas causadas por la incineración de basura en las calles de Miraflores Alto (donde la gente se queja de la contaminación y sin embargo botan y queman su basura en las esquinas; así era también en aquellos tiempos)…

El lugar era poco aparente para un centro educativo, todo estaba rodeado de arena. El colegio se erigía entre muladares de basura y arena..."Esta semana nos toca limpieza del salón y eso me revienta", me decía; pero con cierta resignación aceptaba llevar la basura acumulada en las gavetas de las carpetas: chicles, papeles, cigarros y periódicos con mujeres mostrando sus bondades ('ta que algo bueno, por fin). Respirar el polvo o tierra muerta de los salones era inadmisible. Recuerdo que me escapaba para no hacer la consabida limpieza así me pusieran al día siguiente cinco puntos menos en conducta; total oler aserrín y kerosene no era de mi agrado.
Este no era el mundo en el que yo quería vivir. Quería mi propio camino, sin malos olores, el escozor del polvo, ni el ruido ensordecedor de los carros en las avenidas Pardo o Meiggs. Hoy recuerdo eso, el comenzar una nueva historia: "Arrivederci colegio de mierda" y me regresaba a casa en un Olaya conversando con Oscar (quien no se cansa en planear plagios), un Olaya destartalado con un hueco en el piso y donde se notaba el paso de los años (se veía la pista). "Baja, baja… Dale, dale"...". Pie derecho... Lleva, lleva…". Viendo las pardelas cruzar los totorales dizque "ecológicos" de los pantanos de Villa María, lo único que notaba eran trozos de heces provenientes de las terminales, de las matrices del desagüe que iban a dar al río Lacramarca. Esquina bajan, ya nos vemos Oscar. Recuerdo no haber visto a mi amigo si no hasta unos años después, cuando ingresó a estudiar Ingeniería Ambiental en la Agraria; cosas del destino…

1 comentario:

  1. Gracias gucho por compartir con nosotros tan interesantes trabajos y ver la potencialidad de vuestros alumnos.
    Felicitaciones y suerte.
    Silvia Diestra
    Centro Cultural Centenario

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